sábado, 6 de diciembre de 2014

Aquí todos bailan: California Dancing Club.

Se puede oír desde lo lejos el cha cha cha, merengue, danzón y la cumbia, poco a poco ingresan los ansiosos señores que en pareja o de forma individual vienen a “mover el bote”, son las seis de la tarde y es la hora de bailar. La pista los espera. Es el salón California Dancing Club.

Los señores muy formales de traje visten, unos cuantos más de pachuco y alguno que otro despistado que llega muy casual, todos tienen el mismo objetivo, pasar un rato diversión en el salón de baile. Las damitas, también muy formales, pantalones de tela, faldas, vestidos, ellas muy guapas, arregladas porque la ocasión lo amerita, “no siempre se viene a bailar” dijo una señora mientras se sentaba después de un baile.

"Pase por un cafecito, un refresco, un sándwich o un agüita de sabor piña colada" menciona el presentador después de cada baile. Sólo cuesta cinco pesos el vaso de cualquiera de esas bebidas, se puede ir por ellas a la fuente de sodas o pedírselas al único mesero del lugar, ese señor chimuelo sesentón que al caminar cojea el pie derecho.

Son las 6:51 de la tarde, de fondo, “la pelusa”, aproximadamente hay 50 parejas en el centro del escenario y tres más en la pista de un costado, parece que no son tan aventurados como para ir al centro. Otros, en el lado oscuro del salón bailan mientras se besan.

Su público, en mayoría son personas de cuarenta años en adelante, pura “ruquiza loca”, dice uno de los dos jóvenes que parecía que se encontraba por error en el lugar. Después, continúa la segunda presentación artística de la noche, es el trompetista Lupe López y su orquesta musical.

De manera extraña, a las 7:10 de la tarde se vacía casi por completo la pista, sólo reluce un pachuco que a lo largo de la noche no ha dejado de menearse, ese de saco amarillo con zapatos y pantalón blanco, sombrero del mismo color y una pluma amarilla.

Al ritmo de las complacencias y dedicatorias bailan todos, ahí cuando es enviada “Cozumel” para la señora Cata, que la quiere mucho don Arturo. Después de tan cursi acto el público sigue con su “bailongo”, la orquesta que toca en vivo. Cuenta el “3, 2,1” para comenzar, ¡es la hora del baile!  Suena la cumbia dedicada y  todo procede tal y como siempre.

Los cambios de canción nivelan a la audiencia, un danzón estima de unas 35 a 40 parejitas, mientras que una cumbia lo hace con 55 a 60 parejas, todo en aproximados. Unos se mueven con rito, de forma elegante, mientras que otros, con movimientos tropezados intentan conquistar a su acompañante.

Una, dos, tres vueltas, se levanta el vestido turquesa de la señora del centro del salón, pero le vale, en seguida lo baja y continúa con su baile, ella se muestra divertida, eso es lo que importa.
Luego, a las 7:30 termina la participación de don Lupe y su orquesta, es hora de darle paso a esos señores que vienen vestidos iguales, de saco y pantalón café, se trata del grupo “presencia latina” que amenizará durante dos horas y media el recinto ubicado en calzada de Tlalpan.

Después de su presentación comienzan las dedicatorias, ahora es para Rosario de mi corazón, y la canción elegida fue “mi pollito”, muchos bailan, y por un momento pasa desapercibido el desagradable olor que emana de la pista de baile. Todos siguen meneándose.

Con su agüita de piña colada en la mano, unos señores llevan largo rato con su charla, como veinticinco minutos, ahí muy bien colocados en la mesa del fondo, muy cerca de los olorosos baños de hombre, esos que ya tienen impregnado el muy peculiar aroma a orines.

Los ritmos latinos siguen, ahora son menos de sesenta parejas las que están en el recinto, todos bailan, continúan haciéndolo, una pirueta en el aire, un meneo, un acomodo de manos, todo eso es presente esta noche.


Así es siempre, el salón cubierto de escarcha verde y con su esfera de cristales al centro los esperan de viernes a lunes para brindarles un momento de alegría a todos esos "maduritos" que vienen a pasar el rato, así son siempre todos los fines de semana, aquí todos bailan.

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