Se puede oír desde
lo lejos el cha cha cha, merengue, danzón y la cumbia, poco a poco ingresan los
ansiosos señores que en pareja o de forma individual vienen a “mover el bote”, son
las seis de la tarde y es la hora de bailar. La pista los espera. Es el salón California
Dancing Club.
Los señores muy
formales de traje visten, unos cuantos más de pachuco y alguno que otro
despistado que llega muy casual, todos tienen el mismo objetivo, pasar un rato diversión
en el salón de baile. Las damitas, también muy formales, pantalones de tela,
faldas, vestidos, ellas muy guapas, arregladas porque la ocasión lo amerita,
“no siempre se viene a bailar” dijo una señora mientras se sentaba después de
un baile.
"Pase por un cafecito, un
refresco, un sándwich o un agüita de sabor piña colada" menciona el
presentador después de cada baile. Sólo cuesta cinco pesos el vaso de
cualquiera de esas bebidas, se puede ir por ellas a la fuente de sodas o
pedírselas al único mesero del lugar, ese señor chimuelo sesentón que al
caminar cojea el pie derecho.
Son las 6:51 de la
tarde, de fondo, “la pelusa”, aproximadamente hay 50 parejas en el centro del
escenario y tres más en la pista de un costado, parece que no son tan aventurados
como para ir al centro. Otros, en el lado oscuro del salón bailan mientras se
besan.
Su público, en
mayoría son personas de cuarenta años en adelante, pura “ruquiza loca”, dice
uno de los dos jóvenes que parecía que se encontraba por error en el lugar.
Después, continúa la segunda presentación artística de la noche, es el
trompetista Lupe López y su orquesta musical.
De manera extraña, a
las 7:10 de la tarde se vacía casi por completo la pista, sólo reluce un
pachuco que a lo largo de la noche no ha dejado de menearse, ese de saco
amarillo con zapatos y pantalón blanco, sombrero del mismo color y una pluma
amarilla.
Al ritmo de
las complacencias y dedicatorias bailan todos, ahí cuando es enviada “Cozumel” para
la señora Cata, que la quiere mucho don Arturo. Después de tan cursi acto el
público sigue con su “bailongo”, la orquesta que toca en vivo. Cuenta el “3,
2,1” para comenzar, ¡es la hora del baile!
Suena la cumbia dedicada y todo
procede tal y como siempre.
Los cambios de canción nivelan a la
audiencia, un danzón estima de unas 35 a 40 parejitas, mientras que una cumbia
lo hace con 55 a 60 parejas, todo en aproximados.
Unos se mueven con rito, de forma elegante, mientras que otros, con movimientos
tropezados intentan conquistar a su acompañante.
Una, dos, tres
vueltas, se levanta el vestido turquesa de la señora del centro del salón, pero
le vale, en seguida lo baja y continúa con su baile, ella se muestra divertida,
eso es lo que importa.
Luego, a las 7:30
termina la participación de don Lupe y su orquesta, es hora de darle paso a
esos señores que vienen vestidos iguales, de saco y pantalón café, se trata del
grupo “presencia latina” que amenizará durante dos horas y media el recinto
ubicado en calzada de Tlalpan.
Después de su
presentación comienzan las dedicatorias, ahora es para Rosario de mi corazón, y
la canción elegida fue “mi pollito”, muchos bailan, y por un momento pasa
desapercibido el desagradable olor que emana de la pista de baile. Todos siguen
meneándose.
Con su agüita de
piña colada en la mano, unos señores llevan largo rato con su charla, como
veinticinco minutos, ahí muy bien colocados en la mesa del fondo, muy cerca de
los olorosos baños de hombre, esos que ya tienen impregnado el muy peculiar
aroma a orines.
Los ritmos latinos
siguen, ahora son menos de sesenta parejas las que están en el recinto, todos
bailan, continúan haciéndolo, una pirueta en el aire, un meneo, un acomodo de
manos, todo eso es presente esta noche.
Así es siempre, el
salón cubierto de escarcha verde y con su esfera de cristales al centro los
esperan de viernes a lunes para brindarles un momento de alegría a todos esos "maduritos" que vienen a pasar el rato, así son siempre todos los fines de
semana, aquí todos bailan.